Hace unos días tuve una experiencia que muchos deportistas temen: una lesión en el gimnasio. Estaba realizando una rutina de fuerza que ya conocía, concentrado en mis repeticiones, cuando sentí un tirón inesperado en el hombro. Al principio lo ignoré, pensando que solo era fatiga, pero el dolor aumentó rápidamente, recordándome que incluso los atletas más experimentados no son inmunes a los accidentes.
Lo que más me sorprendió fue la frustración mental que acompañó a la lesión. Estar acostumbrado a moverse, a progresar cada semana, y de repente tener que parar, puede ser un golpe tanto físico como emocional. Aprendí que no se trata solo de cuidar la técnica durante los ejercicios, sino también de escuchar las señales de tu cuerpo y no forzar cuando algo no se siente bien.
El proceso de recuperación también ha sido revelador. La fisioterapia, los estiramientos específicos y la paciencia son ahora parte de mi rutina diaria. Lo más importante es entender que una lesión no es un retroceso permanente, sino una oportunidad para fortalecer otras áreas y mejorar la consciencia corporal.
Al final, este incidente me enseñó una lección clave: el gimnasio es un espacio de progreso, sí, pero también de respeto hacia nuestro cuerpo. Escuchar, adaptarse y no subestimar los pequeños dolores puede marcar la diferencia entre una recuperación rápida y un problema crónico.
Pensar un nivel más allá
21-10-2025
Hace unos días vi un video de estrategia de póker (referencia al final del post) que me dejó pensando en lo mucho que pueden valer unos segundos de análisis adicional en una mesa. El creador del contenido mostraba una mano aparentemente sencilla: un jugador sube desde el cutoff, la ciega grande paga y ambos ven un flop conectado, perfecto para generar acción.
Lo interesante no fue la mano en sí, sino el proceso mental detrás de cada decisión. El video insistía en algo que a menudo olvidamos: no todas las manos fuertes se juegan igual. En el flop, el jugador optó por un check-raise con un proyecto fuerte en lugar de apostar directamente. ¿La razón? Mantener rangos amplios, generar fold equity y construir el bote en una situación donde incluso ir all-in no era descabellado.
La parte más valiosa vino en el turn. Muchos jugadores, con suficiente equity, simplemente empujarían el resto. Pero el video explicó cómo, contra cierto tipo de rivales, es más rentable controlar el tamaño del bote y forzar errores en calles posteriores. Fue una gran lección sobre adaptación: la estrategia óptima no es fija; depende de quién tengas enfrente.
En resumen, el video recordaba algo fundamental: el póker no se trata solo de cartas, sino de pensar un nivel más allá que tu oponente. Y ver desmenuzada una mano compleja paso a paso siempre es una forma fantástica de mejorar.
Recientemente participé en la grabación de un corto que, en teoría, iba a ser serio y dramático. Sin embargo, la realidad decidió que la diversión era la protagonista. Todo iba bien hasta la escena en la que un personaje debía entrar corriendo y tropezar “de manera controlada”. El guion decía dramático; la ejecución terminó siendo completamente cómica: nuestro protagonista terminó en el suelo, derribando parte del set y causando que todos en el equipo estalláramos en carcajadas.
Lo mejor fue ver cómo ese pequeño accidente transformó la energía del rodaje. Lo que empezó como un desastre técnico se convirtió en uno de los momentos más memorables del corto. Aprendí que, aunque planificar y ensayar es crucial, la espontaneidad y el humor inesperado pueden enriquecer la experiencia de manera sorprendente.
Además, esa caída nos unió como equipo. Todos colaboramos para arreglar lo que se rompió, ajustamos las tomas y, entre risas, terminamos con un resultado que, aunque diferente al original, tenía una autenticidad que ningún guion podría prever.
Al final, la lección es clara: en el cine, como en la vida, a veces los errores son los que crean los mejores recuerdos. Y nada une más que reírse juntos de un tropiezo inesperado frente a la cámara.